EL CUCULI
Caía la tarde, cuando me encontraba en la pampa, terminando de dar agua a mis jumentos y a mis vacas. Esta era una labor diaria, que aunque rutinaria, me permitía en cierta forma relajarme al contemplar la belleza del paisaje de mi tierra sucrense.
Caía la tarde, cuando me encontraba en la pampa, terminando de dar agua a mis jumentos y a mis vacas. Esta era una labor diaria, que aunque rutinaria, me permitía en cierta forma relajarme al contemplar la belleza del paisaje de mi tierra sucrense.
El verde... en toda su extensión.... los sauces coposos y llorones desfilaban, a lo largo del sendero y al costado del río, parecían enormes gigantes pelucones con sus brazos extendidos hacia el suelo, como haciendo cortinas y escondiendo algo, algo o a alguien.
Esa tarde especialmente me había demorado un poco, porque tenía que sacar algunas cabuyas de las pencas que se encontraban a lo largo del camino, tenía que preparar hilo con qué coser mis costales. Luego de hacer esto me senté en un banquito de piedra, recostándome sobre un sauce llorón y me dispuse a tocar mi "cuculí, una especie de silbato en forma de pajarito que obtuve en uno de mis viajes por las provincias, cuando de joven llevaba mercadería a vender.
El cuculí, emitía un sonido muy triste que invitaba a la melancolía, yo solía tocarlo siempre al final de mis labores diarias y esa tarde estaba tan ensimismado en mi música, que venían a mi los recuerdos, de viejos amores, de tristes decepciones, al compás de mi cuculí...
Ya sólo recordando, a mi edad. y quizás por ello, cada vez el canto se hacía mas triste y más agudo. Me salían notas que antes no había tocado, como si una fuerza extraña me empujara a emitirlas, como si alguien las tocara a través de mí...
Como si estuviera hipnotizado, me paré, cogí el manojo de cabuyas y sin dejar de tocar me dispuse a ir cuesta arriba hacia mi casa. La noche ya había empezado a cubrir con sus sombras el camino, se veían a medias los árboles y los animales a lo lejos y, por el rabillo de mi ojo izquierdo, vi una sombra que salía del sauce llorón y se disponía a seguirme en mi recorrido. Aun así, no dejaba de tocar, sentía como el temor nacía de mis pies y subía por mi cuerpo reventando en mis labios al entonar la melodía. Era alto y negro muy negro, flotaba, no caminaba, pero me seguía. Un calor asfixiante me inundó completamente, apuré el paso y seguía tocando, cada vez más triste, un poco más apurado...
Mi corazón palpitaba a cien por minuto, sentía que iba a reventar en mi pecho, cuando de pronto visualicé el pequeño foco de luz en la esquina que comienza el pueblo, apuré más el paso y la melodía me salía entrecortada, él aún me seguía.
Llegué a la primera casita del pueblo y me desmayé. No sé cuantos minutos pasaron pero desperté en brazos de un amigo: “Qué pasó don Roberto, no corra, qué le pasa, parece alma que lo lleva el diablo, por eso se está cayendo, tenga más cuidado”. Esas palabras las sentí dulces, cálidas, como venidas del cielo.
La luz amarillenta del alumbrado público, iluminaba apenas el rostro del muchacho que me atendió, no recuerdo quién era, pero él, era el ángel esperado...
Desde ese día no volví a tocar jamás el cuculí, traté de deshacerme de este instrumento, no quise volver desbordar mi tristeza en la música, porque aquella vez sentí, que tocando mi cuculí, el sonido especial que emitía, proyectaba de tal forma mis penas, que estas también podían ser compartidas con el más allá...
JERAMEELL O.
(dedicado a mi tío Roberto Aliaga)
(dedicado a mi tío Roberto Aliaga)
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