EL PEROL
Sucre, un pequeño pueblo anclado en las faldas del cerro Huishquimuna, allá en
la provincia de Celendín del departamento de Cajamarca, es una ciudad-campiña encantadora,
en la que
antiguos españoles en
tiempos coloniales, prendados de
su belleza, forjaron allí
su destino, por ser una hermosa tierra, en cuyos aires se respira aún esa pureza y frescura de la vida, con sus hermosas pampas
verdes que alfombran la campiña, brindando
paz y sosiego
al espíritu con toda esa armonía de
la naturaleza, que invita a la vida y
promueve el amor.Cuando era niño y sentía la pureza y
calidez del ambiente sucreño, escuchaba
conversar a los abuelos que se sentaban
en las esquinas o en las puertas
de sus casas para “mashaquearse”, y contar viejas historias en
las que siempre concluían con una frase: “nuestro Sucre también es un mendigo sentado en un banco de oro”No comprendía muy bien lo que querían
decir, pero quizás decían esto,
aludiendo a un hecho curioso que sucedió en nuestro pueblo, hace mucho, mucho tiempo…Cuando Sucre apenas nacía y mucho antes que se construyera o
siquiera se tuviera planes de hacer la actual posta médica, que se ubica en la
entrada de la ciudad, el terreno aledaño
a ésta, era fangoso, cubierto de vegetación, pero siempre húmedo, por eso era
utilizado, solo como pasto para el ganado, más que para sembrar.Un día de aquellos antiguos, había llovido tanto y tan
seguido en la noche, que la gente pensaba que ya se acercaba el fin
del mundo. El pueblo se veía inundado totalmente, el hermoso empedrado que en
ese entonces cubría las calles de este
pequeño pueblo, se veía limpio y
reluciente por la baldeada a la que había sido expuesto. Ya en la madrugada, el agua aún corría y
algunos pequeños rayos de sol aparecían aquella mañana. Era hermoso el espectáculo de aquel paisaje
serrano, luego del diluvio. Se sentía la calma, la tranquilidad, los pajarillos cantando alegres desde los árboles recién bañaditos...Algunos ganaderos, a esas horas del alba, se
apuraban en ir a ver a sus vacas. Uno
de éstos, el que tenía sólo una vaquita que
criar, iba triste porque su esposa se
encontraba un poco enferma. Caminaba por la vereda del costado del bosque de Don Pepito Sancho, pensativo y triste, todo le parecía gris y su
mirada solo iba recorriendo el suelo. De pronto, sintió una luz cegadora, un
rayo de luz muy intenso que le empañó
los ojos. No sabía lo qué era, pero se apresuró en averiguar de dónde venía
esa luz. En medio del barro se veía claramente un
pedazo de metal brillante, tan brillante como la misma luz del sol. Se acercó lentamente para observar bien lo que realmente era, sin embargo, se dio cuenta que no
era nada pequeño, trato de limpiarlo y mientras más limpiaba, mas grande se
hacía el pedazo de metal, hasta que se
pudo visualizar un trozo de metal amarillo con la forma de un asa. Siguió escarbando y limpiando, el barro de la
superficie estaba un poco duro en esa zona, la lluvia lo había aflojado, pero aun se
hacía difícil escarbar. De pronto, se dio cuenta que había otra persona a su
costado preguntándole sobre lo que
estaba haciendo, pero no lo quería decir, era
evidente lo que estaba encontrando…De pronto ya no eran dos, habían ya, seis
personas que observaban con mucha curiosidad lo que estaba sucediendo: claramente,
se podía ver que se trataba de un perol,
uno de aquellos recipientes de metal que se usaban antaño para cocinar sobre un fogón con leña, aunque llamaba mucho la atención, el color y la
brillantez de éste.Ya la noticia estaba de boca en boca de todos, se había encontrado un perol de oro, de oro…La gente corría a ver lo sucedido,
acudieron personajes importantes del pueblo, como el jefe de la policía y hasta el
Alcalde, querían saber de lo sucedido}.}Estaban todos allí, asombrados por la maravilla encontrada.
Unos daban gracias al cielo por lo enviado, otros trataban de dar una
explicación de lo sucedido, argumentando que los antiguos incaicos lo
enterraron allí, al saber de la llegada de los españoles. Los demás no podían creerlo, incluso murmuraban:
“Quizás no sea de oro, sólo esta pulido por el fango”. Sin embargo, los
expertos conocedores, dieron por confirmado que se trataba de un perol de
oro.. ¡¡De oro!!De pronto, alguien dio una idea sobre qué hacer con él y muchos
comenzaron a especular. Se decía que salvaría al pueblo de la pobreza. Quien lo encontró, refutó y dijo que le pertenecía
a él. Otros dos dijeron que a ellos también les
pertenecía, ya que habían ayudado a encontrarlo. De
pronto, el
jefe de la policía afirmaba que lo iba a decomisar para informar a las
autoridades superiores. Por último, el alcalde no se quedó atrás, afirmando que
era propiedad de la Municipalidad, ya que éste se había encontrado en su
jurisdicción. Llegó un momento en que
todos estaban eufóricos, con los rostros enrojecidos, con la mirada medio desorbitada y el entrecejo fruncido, totalmente perturbados con la
brillantez del perol.El perol era grande
y muy hermoso... se le calculaba más o
menos un metro de diámetro y ya lo habían sacado, hasta casi la mitad. La discusión subió de tono. Sólo se escuchaban gritos y
jaloneos. La turba se enardeció y lo tenían
cogido de un asa, pero faltaba aun sacarlo. El
terreno estaba fangoso y un poco duro,
lo cual hacia difícil su
extracción. Cuando de
pronto la discusión se puso tan violenta, que por un segundo se les olvidó coger bien el
perol. Confiados en que ya lo habían
sacado hasta la mitad, y para sorpresa de todos, así como apareció, se volvió a
hundir rápidamente. Tuvieron que soltarlo, pues pesaba mucho y sentían que algo halaba hacia adentro de manera increíble. Todos Trataron de meter sus
brazos para contenerlo, pero una fuerza de atracción casi diabólica,
hizo desaparecer en unos segundos el hermoso perol de oro. Fueron en vano los intentos de recuperarlo,
metían palos enormes a fin de ubicarlo,
pero nada... ya no se escuchaban los gritos, ni las euforias, ni los reclamos,
solo había un silencio sepulcral, mientras trataban de encontrarlo.Comenzaba a caer la tarde, una a una
las personas fueron retirándose del lugar....(Dedicado a mi papá Pepito Sancho, un hombre inigualable, excepcional..) Jerameell O.
Sucre, un pequeño pueblo anclado en las faldas del cerro Huishquimuna, allá en
la provincia de Celendín del departamento de Cajamarca, es una ciudad-campiña encantadora,
en la que
antiguos españoles en
tiempos coloniales, prendados de
su belleza, forjaron allí
su destino, por ser una hermosa tierra, en cuyos aires se respira aún esa pureza y frescura de la vida, con sus hermosas pampas
verdes que alfombran la campiña, brindando
paz y sosiego
al espíritu con toda esa armonía de
la naturaleza, que invita a la vida y
promueve el amor.
Cuando era niño y sentía la pureza y
calidez del ambiente sucreño, escuchaba
conversar a los abuelos que se sentaban
en las esquinas o en las puertas
de sus casas para “mashaquearse”, y contar viejas historias en
las que siempre concluían con una frase: “nuestro Sucre también es un mendigo sentado en un banco de oro”
No comprendía muy bien lo que querían
decir, pero quizás decían esto,
aludiendo a un hecho curioso que sucedió en nuestro pueblo, hace mucho, mucho tiempo…Cuando Sucre apenas nacía y mucho antes que se construyera o
siquiera se tuviera planes de hacer la actual posta médica, que se ubica en la
entrada de la ciudad, el terreno aledaño
a ésta, era fangoso, cubierto de vegetación, pero siempre húmedo, por eso era
utilizado, solo como pasto para el ganado, más que para sembrar.
Un día de aquellos antiguos, había llovido tanto y tan
seguido en la noche, que la gente pensaba que ya se acercaba el fin
del mundo.
El pueblo se veía inundado totalmente, el hermoso empedrado que en
ese entonces cubría las calles de este
pequeño pueblo, se veía limpio y
reluciente por la baldeada a la que había sido expuesto. Ya en la madrugada, el agua aún corría y
algunos pequeños rayos de sol aparecían aquella mañana. Era hermoso el espectáculo de aquel paisaje
serrano, luego del diluvio. Se sentía la calma, la tranquilidad, los pajarillos cantando alegres desde los árboles recién bañaditos...
Algunos ganaderos, a esas horas del alba, se
apuraban en ir a ver a sus vacas. Uno
de éstos, el que tenía sólo una vaquita que
criar, iba triste porque su esposa se
encontraba un poco enferma. Caminaba por la vereda del costado del bosque de Don Pepito Sancho, pensativo y triste, todo le parecía gris y su
mirada solo iba recorriendo el suelo. De pronto, sintió una luz cegadora, un
rayo de luz muy intenso que le empañó
los ojos. No sabía lo qué era, pero se apresuró en averiguar de dónde venía
esa luz.
En medio del barro se veía claramente un
pedazo de metal brillante, tan brillante como la misma luz del sol. Se acercó lentamente para observar bien lo que realmente era, sin embargo, se dio cuenta que no
era nada pequeño, trato de limpiarlo y mientras más limpiaba, mas grande se
hacía el pedazo de metal, hasta que se
pudo visualizar un trozo de metal amarillo con la forma de un asa. Siguió escarbando y limpiando, el barro de la
superficie estaba un poco duro en esa zona, la lluvia lo había aflojado, pero aun se
hacía difícil escarbar. De pronto, se dio cuenta que había otra persona a su
costado preguntándole sobre lo que
estaba haciendo, pero no lo quería decir, era
evidente lo que estaba encontrando…
De pronto ya no eran dos, habían ya, seis
personas que observaban con mucha curiosidad lo que estaba sucediendo: claramente,
se podía ver que se trataba de un perol,
uno de aquellos recipientes de metal que se usaban antaño para cocinar sobre un fogón con leña, aunque llamaba mucho la atención, el color y la
brillantez de éste.
Ya la noticia estaba de boca en boca de todos, se había encontrado un perol de oro, de oro…
La gente corría a ver lo sucedido,
acudieron personajes importantes del pueblo, como el jefe de la policía y hasta el
Alcalde, querían saber de lo sucedido}.}
Estaban todos allí, asombrados por la maravilla encontrada.
Unos daban gracias al cielo por lo enviado, otros trataban de dar una
explicación de lo sucedido, argumentando que los antiguos incaicos lo
enterraron allí, al saber de la llegada de los españoles. Los demás no podían creerlo, incluso murmuraban:
“Quizás no sea de oro, sólo esta pulido por el fango”. Sin embargo, los
expertos conocedores, dieron por confirmado que se trataba de un perol de
oro.. ¡¡De oro!!
De pronto, alguien dio una idea sobre qué hacer con él y muchos
comenzaron a especular. Se decía que salvaría al pueblo de la pobreza. Quien lo encontró, refutó y dijo que le pertenecía
a él. Otros dos dijeron que a ellos también les
pertenecía, ya que habían ayudado a encontrarlo. De
pronto, el
jefe de la policía afirmaba que lo iba a decomisar para informar a las
autoridades superiores. Por último, el alcalde no se quedó atrás, afirmando que
era propiedad de la Municipalidad, ya que éste se había encontrado en su
jurisdicción. Llegó un momento en que
todos estaban eufóricos, con los rostros enrojecidos, con la mirada medio desorbitada y el entrecejo fruncido, totalmente perturbados con la
brillantez del perol.
El perol era grande
y muy hermoso... se le calculaba más o
menos un metro de diámetro y ya lo habían sacado, hasta casi la mitad.
La discusión subió de tono. Sólo se escuchaban gritos y
jaloneos. La turba se enardeció y lo tenían
cogido de un asa, pero faltaba aun sacarlo. El
terreno estaba fangoso y un poco duro,
lo cual hacia difícil su
extracción.
Cuando de
pronto la discusión se puso tan violenta, que por un segundo se les olvidó coger bien el
perol. Confiados en que ya lo habían
sacado hasta la mitad, y para sorpresa de todos, así como apareció, se volvió a
hundir rápidamente. Tuvieron que soltarlo, pues pesaba mucho y sentían que algo halaba hacia adentro de manera increíble. Todos Trataron de meter sus
brazos para contenerlo, pero una fuerza de atracción casi diabólica,
hizo desaparecer en unos segundos el hermoso perol de oro. Fueron en vano los intentos de recuperarlo,
metían palos enormes a fin de ubicarlo,
pero nada... ya no se escuchaban los gritos, ni las euforias, ni los reclamos,
solo había un silencio sepulcral, mientras trataban de encontrarlo.
Comenzaba a caer la tarde, una a una
las personas fueron retirándose del lugar....(Dedicado a mi papá Pepito Sancho, un hombre inigualable, excepcional..)
Jerameell O.
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