martes, 31 de julio de 2012

LA SERENATA



Para mí, era la chica más  linda del pueblo. Su  larga cabellera negra, sus caderas anchas y la   frescura de su juventud, me tenían loco. Había intentado de muchas formas acercarme a ella, desde el piropeo educado hasta las visitas   a su casa a través de su hermano,  amigo mio.

Era recia la moza, cuando me miraba con sus grandes ojos negros sentía como mis pantalones se me aflojaban  y quedaba como desnudo ante ella. ¡Cuanto me gustaba!...solía ir todas las noches a la esquina de su casa, allí me paraba, bien camuflado,  con mi poncho, mi sombrero y la luz cashquita de la calle , no me podían reconocer.  

La tenía siempre en la mira, vigilaba a distancia todo lo que hacía y cuando pasaba por mi delante sentía que me desmadejaba  y me temblaba el cuerpo.
Mis amigos se dieron cuenta de mi interés por ella. Me hacían chacota y se reían de mi.  Al principio lo tomaron en broma, pero cuando realmente leyeron mis ojos, me comprendieron. En un gesto solidario, comenzaron a proponerme  formas de acercarme a ella, con regalos, con invitaciones, con cartas... ¡Cuántas cartas súper romanticonas ya le había hecho!  con palabras rebuscadas de los mejores poemas de Bécquer.  Ya lo había intentado todo, todo, menos.... ¡una  serenata! Gritaron todos a una voz, llevémosle una serenata.   “Eso no falla hermano, yo te lo aseguro, así me hizo caso la Rosita, a las mujeres eso les  gusta, a ellas les entras con música, nosotros te ayudamos”

Comenzaron los ensayos, toda la semana al salir del colegio, íbamos a la casa de don Pepito a practicar, escogimos las canciones precisas para la ocasión y le dimos duro al ensayo.  Al final de la semana estábamos listos para el estreno.
Llegó la noche esperada  No hubo luna, pero ya no podía esperar más.

Todo estaba bien coordinado.  Llegamos a la puerta de su casa y comenzamos.  Yo tocaba las maracas, para darle a algunas canciones  un tinte tropical.

Iniciamos nuestra  romanza  con  “ansiedad de tenerte en mis brazos”, luego con “El día que me quieras”, seguimos con  “Que te quiero, sabrás que te quiero”....y por último “Amorcito corazón”, mi preferida.
Hicimos una pausa en nuestras tonadas, cuando de pronto, alguien de nosotros encendió un fósforo para prender su cigarrillo....y por fin, nos dimos cuenta.
La puerta,  tenía puesta semejante candado, que por su tamaño y antigüedad parecía un vigilante adusto que nos invitaba a retirarnos...

Más  adelante,  nos enteramos que la mocita se había ido a un velorio, había muerto su tío más querido y  con él…
¡todas mis ilusiones de aquella  noche!                                                                       
                                                                                                                                                 
                                                                        JERAMEELL O.
                                                                                                                        Para mi tío Magno, músico, poeta y loco.(Q.E.P.D)


EL CUCULI

 

                                        EL CUCULI

Caía la tarde, cuando me encontraba en la pampa, terminando de dar agua a mis jumentos y a mis vacas.                                                  Esta era una labor diaria, que aunque rutinaria, me permitía en cierta forma relajarme al contemplar la belleza del paisaje  de mi tierra sucrense. 
El verde...  en toda su extensión.... los sauces coposos y llorones desfilaban,  a lo largo del sendero y al costado del río,  parecían enormes gigantes pelucones con sus brazos extendidos hacia el suelo, como haciendo cortinas y escondiendo algo, algo  o  a  alguien.
Esa tarde especialmente me había demorado un poco, porque tenía que sacar algunas cabuyas de las  pencas que  se encontraban a lo largo del camino, tenía que  preparar hilo con qué coser mis costales. Luego de hacer esto me senté en un banquito de piedra, recostándome sobre un sauce llorón y me dispuse a tocar mi "cuculí,  una especie de silbato en forma de pajarito que obtuve en uno de mis viajes por las provincias, cuando de joven  llevaba mercadería a vender.
El cuculí, emitía un sonido muy triste que invitaba a la melancolía, yo solía tocarlo  siempre al final de mis labores diarias y esa tarde estaba tan ensimismado en mi música, que venían a mi los recuerdos, de viejos amores,  de tristes decepciones, al compás de mi cuculí...
Ya sólo recordando, a mi edad. y quizás por ello, cada vez el canto se hacía mas triste y más agudo. Me salían notas que antes no había tocado, como si una fuerza extraña me empujara a  emitirlas, como si alguien las tocara a través de mí...

Como si estuviera  hipnotizado, me paré, cogí el manojo de cabuyas y  sin dejar de tocar  me dispuse a ir cuesta arriba hacia mi casa.  La noche ya había empezado a cubrir con sus sombras el camino, se veían a medias los árboles y los animales a lo lejos y, por el rabillo de mi ojo izquierdo, vi una  sombra que salía del sauce llorón  y se disponía a seguirme en mi recorrido. Aun así, no dejaba de tocar, sentía  como el temor nacía de mis pies y subía por mi cuerpo reventando en mis labios al entonar la melodía.  Era alto y negro muy negro, flotaba, no caminaba, pero me seguía. Un calor asfixiante me inundó completamente, apuré el paso  y seguía tocando, cada vez más triste, un poco más apurado...

Mi corazón palpitaba a cien por minuto, sentía que iba a  reventar en mi pecho, cuando de pronto visualicé el pequeño foco de luz en la esquina que comienza el pueblo, apuré más el paso y la melodía me salía entrecortada,  él aún me seguía.  
Llegué a la primera casita del pueblo y me desmayé. No sé cuantos minutos pasaron pero desperté en brazos de un amigo:  “Qué pasó don Roberto,  no corra, qué  le pasa, parece alma que lo lleva el diablo, por eso se está cayendo, tenga más cuidado”. Esas palabras las sentí dulces, cálidas, como venidas del cielo.
La luz amarillenta del alumbrado público, iluminaba apenas  el rostro del muchacho que me atendió, no recuerdo quién era, pero  él,  era el ángel esperado...

Desde ese día no volví a tocar jamás el cuculí, 
traté de deshacerme de este instrumento,  no quise volver  desbordar mi tristeza en la música,  porque aquella vez sentí,  que tocando mi cuculí,  el sonido especial que emitía, proyectaba de tal forma mis penas, que estas  también podían ser compartidas con el más allá...
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      JERAMEELL   O.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                         (dedicado a mi tío Roberto  Aliaga)