jueves, 29 de julio de 2021

LA MORTAJA



Este era un grupo de jóvenes franciscanos , que se encontraban aún en la etapa del noviciado y tenían como tarea ir a algunos pueblos cajamarquinos llevando el mensaje de su santo modelo. Como buenos franciscanos, eran austeros en su vestir y en su comer y por lo tanto, iban por los caminos sin una  bestia que los pueda trasladar, haciendo los largos recorridos a pie.

Llegaban a cada pueblo y se contactaban con la gente, los visitaban, orientaban y asistían a sus ceremonias religiosas. Si encontraban un sacerdote, le hacían llegar sus saludos y solían reunirse con algunos feligreses para hablarles del mensaje de amor, de paz y humildad, principal legado de su tan admirado San Francisco de Asís.

Luego de haber visitado seis pequeños caseríos y dos pueblos, se disponían a visitar el último,  cuando en el camino los cogió el atardecer, lo cual les obligó a apurar el paso para poder llegar al bosque, donde podrían acampar esa noche. Todos eran jóvenes, tenían menos de treinta años, pero con un compromiso grande en su corazón, con una misión impostergable, con todo el brío de poder lograr grandes cambios en los corazones humanos...  Frugalmente, comieron y se acostaron temprano, tenían que madrugar : había que cruzar el otro lado del monte para llegar al pequeño pueblo en mención.

Eran ya las tres de la mañana cuando decidieron levantarse y apurar el paso, antes de llegar a la cima, cruzaron el bosque y al final de éste, bajando hacia el pueblo, sintieron un viento frío, helado, tan helado que los paralizó... como si algo los detuviera.   

Pararon en seco todos a la vez, como si se chocaran contra una pared invisible y luego se hizo un gran silencio…
Miraron hacia la izquierda de donde salía el viento helado. La madrugada era aún oscura  y uno de ellos llevaba una lámpara para guiar sus pasos, de pronto, ésta se apagó.  En ese momento ante sus asombrados ojos, se presentó la imagen de una persona que caminaba lentamente…,¿caminaba?...  Iba vestido de un hábito blanco y negro, parecido al que usó nuestro San Martincito de Porres, pero no se le veía la cara, ni los pies y avanzaba lentamente frente a ellos.  No podían hacer nada,  lo vieron pasar  como flotando, estaban petrificados....
 
El viento helado se hizo más fuerte cuando pasó el individuo...Silencio....Les costó unos segundos recuperarse, unos comenzaron a orar en voz baja, alguno de ellos, atrevidamente intento saludarle, otros temblaban...

Al final todos en silencio y sin querer hablar de lo sucedido, respetando el paso del aparecido, continuaron su viaje.  Poco a poco fueron descendiendo hacia el pequeño pueblo, primero por las piedras, luego por la vegetación, finalmente  llegando a la calle principal. 

A lo lejos divisaron una pequeña luz. Comenzaba recién a clarear el día.  Se fueron acercando tranquilamente, la luz venía de una de las pequeñas casas, estaba abierta.  En la sala se encontraban algunos adultos, recién despertando, sentados en bancas largas de madera. Al centro, en petates, estaban tendidos niños y jóvenes durmiendo  y  contra la pared, había un ataúd.  Era un velorio... 
 
Con mucho respeto ingresaron a la pequeña habitación para dedicar algunas oraciones al difuntito. Al acercarse y comenzar todos a orar,  lo vieron…
llevaba como mortaja, el mismo hábito blanco y negro de aquel aparecido en el  monte. 
Oraron en  voz baja... cada vez más baja...

                                              
                                                                      JERAMEELL O.
                                                                                       
                                                                                        Dedicado a mi querido tío Juan Homero
                                                                                                       (Q.E.P.D.)