jueves, 29 de julio de 2021

LA MORTAJA



Este era un grupo de jóvenes franciscanos , que se encontraban aún en la etapa del noviciado y tenían como tarea ir a algunos pueblos cajamarquinos llevando el mensaje de su santo modelo. Como buenos franciscanos, eran austeros en su vestir y en su comer y por lo tanto, iban por los caminos sin una  bestia que los pueda trasladar, haciendo los largos recorridos a pie.

Llegaban a cada pueblo y se contactaban con la gente, los visitaban, orientaban y asistían a sus ceremonias religiosas. Si encontraban un sacerdote, le hacían llegar sus saludos y solían reunirse con algunos feligreses para hablarles del mensaje de amor, de paz y humildad, principal legado de su tan admirado San Francisco de Asís.

Luego de haber visitado seis pequeños caseríos y dos pueblos, se disponían a visitar el último,  cuando en el camino los cogió el atardecer, lo cual les obligó a apurar el paso para poder llegar al bosque, donde podrían acampar esa noche. Todos eran jóvenes, tenían menos de treinta años, pero con un compromiso grande en su corazón, con una misión impostergable, con todo el brío de poder lograr grandes cambios en los corazones humanos...  Frugalmente, comieron y se acostaron temprano, tenían que madrugar : había que cruzar el otro lado del monte para llegar al pequeño pueblo en mención.

Eran ya las tres de la mañana cuando decidieron levantarse y apurar el paso, antes de llegar a la cima, cruzaron el bosque y al final de éste, bajando hacia el pueblo, sintieron un viento frío, helado, tan helado que los paralizó... como si algo los detuviera.   

Pararon en seco todos a la vez, como si se chocaran contra una pared invisible y luego se hizo un gran silencio…
Miraron hacia la izquierda de donde salía el viento helado. La madrugada era aún oscura  y uno de ellos llevaba una lámpara para guiar sus pasos, de pronto, ésta se apagó.  En ese momento ante sus asombrados ojos, se presentó la imagen de una persona que caminaba lentamente…,¿caminaba?...  Iba vestido de un hábito blanco y negro, parecido al que usó nuestro San Martincito de Porres, pero no se le veía la cara, ni los pies y avanzaba lentamente frente a ellos.  No podían hacer nada,  lo vieron pasar  como flotando, estaban petrificados....
 
El viento helado se hizo más fuerte cuando pasó el individuo...Silencio....Les costó unos segundos recuperarse, unos comenzaron a orar en voz baja, alguno de ellos, atrevidamente intento saludarle, otros temblaban...

Al final todos en silencio y sin querer hablar de lo sucedido, respetando el paso del aparecido, continuaron su viaje.  Poco a poco fueron descendiendo hacia el pequeño pueblo, primero por las piedras, luego por la vegetación, finalmente  llegando a la calle principal. 

A lo lejos divisaron una pequeña luz. Comenzaba recién a clarear el día.  Se fueron acercando tranquilamente, la luz venía de una de las pequeñas casas, estaba abierta.  En la sala se encontraban algunos adultos, recién despertando, sentados en bancas largas de madera. Al centro, en petates, estaban tendidos niños y jóvenes durmiendo  y  contra la pared, había un ataúd.  Era un velorio... 
 
Con mucho respeto ingresaron a la pequeña habitación para dedicar algunas oraciones al difuntito. Al acercarse y comenzar todos a orar,  lo vieron…
llevaba como mortaja, el mismo hábito blanco y negro de aquel aparecido en el  monte. 
Oraron en  voz baja... cada vez más baja...

                                              
                                                                      JERAMEELL O.
                                                                                       
                                                                                        Dedicado a mi querido tío Juan Homero
                                                                                                       (Q.E.P.D.)



jueves, 11 de abril de 2013

MI TRABAJO MEJORA VIDAS

(TESTIMONIO GANADOR CONCURSO "MI TRABAJO MEJORA VIDAS"- INABIF)


Ingresé a trabajar al INABIF hace 18 años, integrando la primera promoción de Educadores de Calle, donde estuve trabajando durante siete años, atendiendo a los niños y adolescentes que trabajaban en las calles y a sus familias. En aquel entonces fueron muchas las satisfacciones que sentimos mis compañeros y yo, al trabajar con este tipo de población, quizás con pequeños logros, pero sobretodo haciendo una labor con verdadera responsabilidad social y mística, la cual nos permitía realizar un buen trabajo en equipo.


Hermosos tiempos aquellos en que la calle era nuestro lugar de trabajo y podíamos hacer llegar a los más humildes y carentes nuestro apoyo incondicional.
Hacia el año 2000, por necesidad del servicio, me enviaron a trabajar como psicóloga en la Casa  Estancia Palomitas, albergue para niños y adolescentes varones con perfil de calle. Con ellos estuve un año, siendo trasladada luego a Casa Estancia DOMI, para adolescentes mujeres con el mismo perfil, donde trabajé por espacio de cinco años. En un inicio pensé que me sería difícil trabajar en ambientes cerrados como las Casas  " Palomitas" y  "Domi", luego de trabajar tantos años en la calle, con un horario relativamente libre. Sin embargo, más que una desventaja, fue muy  valioso, pues adquirí gran experiencia atendiendo a los niños, niñas y adolescentes que  ingresaban con diferentes grados de deterioro de vida en calle.
                                         
Trabajar como psicólogo, en centros de atención cerrada para niños y adolescentes con perfil de calle, es todo un desafío. Es una labor que requiere de bastante entrega y dedicación. Muy frustrante, sí, puesto que nos encontramos con tres problemas principales que afrontar: las conductas marginales aprendidas en calle, el consumo de sustancias psicoactivas y los traumas por maltrato y violencia sexual que la mayoría de estos niños, niñas y adolescentes han sufrido, lo cual se traduce muchas veces en problemas de identidad que algunos de ellos presentan.


Cabe señalar que, al inicio de mi trabajo en dichos hogares, el problema de consumo de sustancias psicoactivas no se percibía como muy importante para ser abordado. Lo principal era sacar de la calle a los chicos y brindarles un espacio más apropiado para su desarrollo integral. Sin embargo, cada día observaba que a pesar de toda la atención y tratamiento que se les daba, no avanzaban en sus procesos. Si daban un paso, retrocedían dos, sobre todo los fines de semana, cuando regresaban de sus permisos. Me preocupaba mucho esta situación.
Los programas de modificación de conducta, las terapias de apoyo, de reaprendizaje, que aplicábamos, no tenían mucho efecto. Faltaba algo más. Al investigar más sobre este problema y al capacitarme en la especialidad, reformulé el trabajo con una metodología  por fases, agregándole en el Tratamiento por Consumo de Sustancias Psicoactivas,  un primer proceso,  de desintoxicación, que fue lo más difícil y fuerte para afrontar con este tipo de población.
El tratamiento de desintoxicación requería, además, un tratamiento psiquiátrico a través de medicación, el cual no es muy fácil de aplicar a los chicos de la calle ya que a veces son reacios a tomar medicinas.

Por otro lado, estos adolescentes presentan conductas oposicionistas. Por ello, antes de iniciar el tratamiento en la Casa Estancia Domi era necesario hablar primero con las adolescentes para mostrarles las consecuencias de las drogas en su organismo y enseñarles el procedimiento que podía ayudarlas a superar esta situación: medicación, dieta apropiada, bastante líquido, ejercicios físicos, baño diario, buen uso de su tiempo libre y un trabajo psicológico para reforzar su autoestima, trabajar su baja tolerancia a la frustración, enseñarles habilidades sociales básicas y sobre todo trabajar en base a una actitud positiva al cambio.
Entre tantos casos, recuerdo mucho a una adolescente llamada Nathaly, con la cual pudimos seguir el tratamiento a cabalidad. Nathaly era una chica de 14 años, de estatura pequeña, carita agraciada y grandes ojos vivaces. Solía ser la más alegre del grupo, medio juguetona, medio líder a veces. Ingresó a Casa Estancia DOMI por vivir en la calle, socializar con otros adolescentes marginales y consumir sustancias psicoactivas. Había sido una niña trabajadora que vendía golosinas en la calle.


La primera vez que la ví en el Hogar,  se me acercó a preguntarme con mucha curiosidad si me iba a quedar a trabajar con ellas o si estaba de paso. Al parecer quería saber si podía confiar en mí. Cuando la entrevisté y le pregunté cómo había comenzado a consumir drogas, me contó que una amiga de su barrio le había “invitado”, que al principio ella se negaba, pero que su amiga la había retado diciéndole: “a que tú no eres de a bobo”. Nathaly siempre se refería a este término para decir que era de “corazón” o que “hacía las cosas con la fuerza del corazón”. Así fue como ella se inició en el consumo de terokal y marihuana.
Me sentía impotente al verla sufrir sus crisis de abstinencia, la desesperación, su angustia por salir y por querer consumir le cambiaban el semblante. Se tornaba por momentos agresiva, por momentos desolada y triste. Nathaly era, por lo general, como una campanita alegre en el hogar,  pero cuando llegaban sus crisis de abstinencia, el hogar se quedaba silencioso...


Este fue uno de mis primeros casos que atendí,  en Casa DOMI y me esforzaba por saber que más podía hacer por ella. El problema iba más allá de los traumas o heridas que lo hubieran causado. La familia la apoyaba, se preocupaba por ella. La mamá era puntual en las visitas y seguía las recomendaciones sobre la forma como debía tratar a Nathaly, en especial en la parte afectiva. Cada día se le enseñaba a Nathaly a asumir una actitud positiva acerca de su vida, de tal manera que pudiese hacer planes y tener metas. Poco a poco, sus conductas de calle iban disminuyendo, hablaba menos groserías, era más respetuosa con las personas mayores, asistía al taller de  manualidades con agrado y ya pensaba más en estudiar y menos en la calle.


Así se mantenía por períodos cortos de dos o tres meses, pero las crisis de abstinencia continuaban apareciendo. Entonces comprendí que necesitaba hacer algo más por ella. La llevé al psiquiatra especialista del Hospital Víctor Larco Herrera, quien luego de evaluarla, la medicó, le hizo una especie de cura del sueño. Nathaly empezó a pasar la mayor parte del tiempo durmiendo.


Durante el primer mes, sólo se despertaba para comer o hacer sus necesidades básicas. Recuerdo que solía quedarse dormida en todas partes: en el taller, en la capilla, hasta en mi escritorio, y cuando íbamos de paseo, la llevábamos sosteniéndola, media adormecida. Sus demás compañeras eran solidarias con ella, la ayudaban en su tratamiento, dándole ánimos y cuidándola, logrando que aún así, en ese estado, ella estuviese presente en todas las actividades grupales que se hacían en la casa: en las reuniones, asambleas, en el deporte, en las fiestas, en los paseos, en los talleres socio formativos, medio adormilada poco hacía, pero formaba parte del grupo.

El psiquiatra fue reduciendo paulatinamente la medicina y luego de tres meses, hacia el mes de abril, Nathaly se encontraba preparada para estudiar en el colegio. Reforzamos primero su tratamiento integral, le enseñé técnicas de relajación que la ayudaban bastante a manejar su tolerancia y fuerza de voluntad. Trataba de mantenerla ocupada. Al principio dándole tareas que a veces no le gustaba mucho hacer, las cuales compensaba con otras actividades que ella prefería, como escuchar música, ver una película de su agrado o bailar. Con el apoyo de las tutoras se le iba reforzando sus habilidades sociales, y cuando comenzó a ir al colegio le brindamos todo lo que necesitaba para estudiar, proporcionándole uniforme, útiles escolares, libros y material didáctico que necesitaba, ayudándola en sus tareas y reforzando su aprendizaje escolar.

Satisfactoriamente, para nosotros en el INABIF y para su familia, Nathaly se convirtió ese año en una de las primeras alumnas del primero de secundaria de su colegio. Cada día se esforzaba más, estaba contenta con sus notas y sus avances.  Todo el Equipo Técnico de Casa Estancia Domi la apoyábamos para que no decayera, y ella,  valoraba ese apoyo.

Recuerdo aún como los halagos, las felicitaciones, los elogios, eran los más utilizados y los que tenían mayor efecto en su tratamiento. Le gustaba mucho mostrarnos sus calificaciones y que la abrazáramos diciéndole “Muy bien Nathaly, sigue así, adelante, tú puedes, no te dejes vencer”.

Al empezar diciembre, Nathaly comenzó a salir de visita a su casa los fines de semana, y para fin de año su familia solicitó su reinserción. Luego supimos que continuó sus estudios secundarios y que había dejado de salir a la calle y también de consumir drogas.
Un día, después de tres años de ver por última vez a Nathaly, ella llegó de visita a Casa DOMI, el día que celebrábamos los 15 años de algunas adolescentes. Me dio mucho gusto verla muy bien, con su alegría característica y sus ojitos coquetos. Me abrazó fuerte y me dijo “gracias señorita, gracias por todo”. Le contesté: “no Nathaly, es tu logro, es tu esfuerzo, porque tu siempre serás una chica de a bobo”. Ella sonrió como una campanita, como lo solía hacer cuando se sentía feliz...
Cuando pienso en Nathaly y en algunos de los pocos casos que como ella pudieron salir adelante, me siento un poco más gratificada al saber y sentir que nuestro trabajo en el INABIF, si MEJORA VIDAS. Está diseñado, programado, planificado para hacerlo y en el tratar de hacerlo cada día, a veces lo logramos, dependiendo de las circunstancias que rodea a cada caso. Si no es así, sabemos también que todo el esfuerzo, todas las orientaciones y consejos que alguna vez les dimos a nuestros chicos y a sus familias, no han quedado en el vacío, que en algún momento de sus vidas recordarán lo que se les enseñó, ya que nuestra labor diaria tiene esos componentes que quizás le falte a otros tipos de trabajo: dedicación y compromiso social.
                                                                                                                                                             


                                     JERAMEELL O.                                                                                                
                                                                                                                                                                                                 (M.S.M.- Psicóloga -INABIF, concurso año 2009)



Equipo que trabaja en la Dirección de servicios de
protección al niño, niña y adolescente de INABIF
Lima Perú

 


















martes, 31 de julio de 2012

LA SERENATA



Para mí, era la chica más  linda del pueblo. Su  larga cabellera negra, sus caderas anchas y la   frescura de su juventud, me tenían loco. Había intentado de muchas formas acercarme a ella, desde el piropeo educado hasta las visitas   a su casa a través de su hermano,  amigo mio.

Era recia la moza, cuando me miraba con sus grandes ojos negros sentía como mis pantalones se me aflojaban  y quedaba como desnudo ante ella. ¡Cuanto me gustaba!...solía ir todas las noches a la esquina de su casa, allí me paraba, bien camuflado,  con mi poncho, mi sombrero y la luz cashquita de la calle , no me podían reconocer.  

La tenía siempre en la mira, vigilaba a distancia todo lo que hacía y cuando pasaba por mi delante sentía que me desmadejaba  y me temblaba el cuerpo.
Mis amigos se dieron cuenta de mi interés por ella. Me hacían chacota y se reían de mi.  Al principio lo tomaron en broma, pero cuando realmente leyeron mis ojos, me comprendieron. En un gesto solidario, comenzaron a proponerme  formas de acercarme a ella, con regalos, con invitaciones, con cartas... ¡Cuántas cartas súper romanticonas ya le había hecho!  con palabras rebuscadas de los mejores poemas de Bécquer.  Ya lo había intentado todo, todo, menos.... ¡una  serenata! Gritaron todos a una voz, llevémosle una serenata.   “Eso no falla hermano, yo te lo aseguro, así me hizo caso la Rosita, a las mujeres eso les  gusta, a ellas les entras con música, nosotros te ayudamos”

Comenzaron los ensayos, toda la semana al salir del colegio, íbamos a la casa de don Pepito a practicar, escogimos las canciones precisas para la ocasión y le dimos duro al ensayo.  Al final de la semana estábamos listos para el estreno.
Llegó la noche esperada  No hubo luna, pero ya no podía esperar más.

Todo estaba bien coordinado.  Llegamos a la puerta de su casa y comenzamos.  Yo tocaba las maracas, para darle a algunas canciones  un tinte tropical.

Iniciamos nuestra  romanza  con  “ansiedad de tenerte en mis brazos”, luego con “El día que me quieras”, seguimos con  “Que te quiero, sabrás que te quiero”....y por último “Amorcito corazón”, mi preferida.
Hicimos una pausa en nuestras tonadas, cuando de pronto, alguien de nosotros encendió un fósforo para prender su cigarrillo....y por fin, nos dimos cuenta.
La puerta,  tenía puesta semejante candado, que por su tamaño y antigüedad parecía un vigilante adusto que nos invitaba a retirarnos...

Más  adelante,  nos enteramos que la mocita se había ido a un velorio, había muerto su tío más querido y  con él…
¡todas mis ilusiones de aquella  noche!                                                                       
                                                                                                                                                 
                                                                        JERAMEELL O.
                                                                                                                        Para mi tío Magno, músico, poeta y loco.(Q.E.P.D)


EL CUCULI

 

                                        EL CUCULI

Caía la tarde, cuando me encontraba en la pampa, terminando de dar agua a mis jumentos y a mis vacas.                                                  Esta era una labor diaria, que aunque rutinaria, me permitía en cierta forma relajarme al contemplar la belleza del paisaje  de mi tierra sucrense. 
El verde...  en toda su extensión.... los sauces coposos y llorones desfilaban,  a lo largo del sendero y al costado del río,  parecían enormes gigantes pelucones con sus brazos extendidos hacia el suelo, como haciendo cortinas y escondiendo algo, algo  o  a  alguien.
Esa tarde especialmente me había demorado un poco, porque tenía que sacar algunas cabuyas de las  pencas que  se encontraban a lo largo del camino, tenía que  preparar hilo con qué coser mis costales. Luego de hacer esto me senté en un banquito de piedra, recostándome sobre un sauce llorón y me dispuse a tocar mi "cuculí,  una especie de silbato en forma de pajarito que obtuve en uno de mis viajes por las provincias, cuando de joven  llevaba mercadería a vender.
El cuculí, emitía un sonido muy triste que invitaba a la melancolía, yo solía tocarlo  siempre al final de mis labores diarias y esa tarde estaba tan ensimismado en mi música, que venían a mi los recuerdos, de viejos amores,  de tristes decepciones, al compás de mi cuculí...
Ya sólo recordando, a mi edad. y quizás por ello, cada vez el canto se hacía mas triste y más agudo. Me salían notas que antes no había tocado, como si una fuerza extraña me empujara a  emitirlas, como si alguien las tocara a través de mí...

Como si estuviera  hipnotizado, me paré, cogí el manojo de cabuyas y  sin dejar de tocar  me dispuse a ir cuesta arriba hacia mi casa.  La noche ya había empezado a cubrir con sus sombras el camino, se veían a medias los árboles y los animales a lo lejos y, por el rabillo de mi ojo izquierdo, vi una  sombra que salía del sauce llorón  y se disponía a seguirme en mi recorrido. Aun así, no dejaba de tocar, sentía  como el temor nacía de mis pies y subía por mi cuerpo reventando en mis labios al entonar la melodía.  Era alto y negro muy negro, flotaba, no caminaba, pero me seguía. Un calor asfixiante me inundó completamente, apuré el paso  y seguía tocando, cada vez más triste, un poco más apurado...

Mi corazón palpitaba a cien por minuto, sentía que iba a  reventar en mi pecho, cuando de pronto visualicé el pequeño foco de luz en la esquina que comienza el pueblo, apuré más el paso y la melodía me salía entrecortada,  él aún me seguía.  
Llegué a la primera casita del pueblo y me desmayé. No sé cuantos minutos pasaron pero desperté en brazos de un amigo:  “Qué pasó don Roberto,  no corra, qué  le pasa, parece alma que lo lleva el diablo, por eso se está cayendo, tenga más cuidado”. Esas palabras las sentí dulces, cálidas, como venidas del cielo.
La luz amarillenta del alumbrado público, iluminaba apenas  el rostro del muchacho que me atendió, no recuerdo quién era, pero  él,  era el ángel esperado...

Desde ese día no volví a tocar jamás el cuculí, 
traté de deshacerme de este instrumento,  no quise volver  desbordar mi tristeza en la música,  porque aquella vez sentí,  que tocando mi cuculí,  el sonido especial que emitía, proyectaba de tal forma mis penas, que estas  también podían ser compartidas con el más allá...
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      JERAMEELL   O.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                         (dedicado a mi tío Roberto  Aliaga) 

                                                                                                                                

viernes, 20 de julio de 2012


       EL PEROL

Sucre, un  pequeño pueblo anclado  en las faldas del cerro Huishquimuna, allá en la provincia de Celendín del departamento de Cajamarca,  es una ciudad-campiña  encantadora,  en  la  que  antiguos  españoles  en  tiempos coloniales,  prendados de su belleza,  forjaron  allí  su destino, por ser una hermosa tierra, en cuyos  aires se respira aún esa pureza y  frescura de la vida, con sus hermosas pampas verdes que alfombran la campiña, brindando  paz  y  sosiego  al espíritu  con toda esa armonía de la naturaleza,  que invita a la vida y promueve el amor.
Cuando era niño y sentía la pureza y calidez  del ambiente sucreño, escuchaba conversar a los abuelos  que  se sentaban  en las esquinas  o en las puertas de sus casas para  “mashaquearse”, y contar viejas historias en las que siempre concluían con una frase: “nuestro Sucre también  es un mendigo sentado en un banco de oro”
No comprendía muy bien lo que querían decir, pero quizás decían esto,  aludiendo a un hecho curioso que sucedió en nuestro pueblo,  hace mucho, mucho  tiempo…Cuando Sucre apenas nacía y  mucho antes que se construyera o siquiera se tuviera planes de hacer la actual posta médica, que se ubica en la entrada de la ciudad,  el terreno aledaño a ésta, era fangoso, cubierto de vegetación, pero siempre húmedo, por eso era utilizado, solo como pasto para el ganado, más que para sembrar.
Un día de aquellos antiguos, había llovido tanto y tan seguido en la noche,  que  la gente pensaba que ya se acercaba el fin del mundo.          
El pueblo se veía inundado totalmente, el hermoso empedrado que en ese entonces  cubría las calles de este pequeño pueblo, se veía limpio y reluciente por la baldeada a la que había sido expuesto. Ya en la madrugada, el agua aún corría y algunos pequeños rayos de sol aparecían aquella mañana. Era hermoso el espectáculo de aquel paisaje serrano, luego del diluvio. Se sentía la calma, la tranquilidad,  los pajarillos cantando  alegres desde los árboles recién bañaditos...
Algunos ganaderos, a esas horas del alba,  se apuraban en  ir  a ver a sus vacas. Uno de éstos, el que tenía sólo una vaquita que criar,  iba triste porque  su esposa se encontraba  un poco enferma. Caminaba por la vereda del costado del bosque de Don Pepito Sancho,  pensativo y triste, todo le parecía gris y su mirada solo iba recorriendo el suelo.  De pronto, sintió una luz cegadora, un rayo de luz  muy intenso que le empañó los ojos.  No sabía lo qué era,  pero se apresuró en averiguar de dónde venía esa luz.
 En medio del barro se veía claramente un pedazo de metal brillante, tan brillante como la misma  luz del sol.  Se acercó lentamente para observar bien lo que  realmente era, sin embargo, se dio cuenta que no era nada pequeño, trato de limpiarlo y mientras más limpiaba, mas grande se hacía el pedazo de metal,  hasta que se pudo visualizar un trozo de metal amarillo con la forma de un asa.  Siguió escarbando y limpiando, el barro de la superficie estaba un poco duro en esa zona, la lluvia lo había aflojado, pero aun  se hacía difícil escarbar.  De pronto, se dio cuenta que había otra persona a su costado preguntándole sobre lo que estaba haciendo, pero no lo quería decir, era evidente lo que estaba encontrando…
De pronto ya no eran dos,  habían ya,  seis personas que observaban con mucha curiosidad lo que estaba sucediendo: claramente, se podía ver  que se trataba de un perol, uno de aquellos recipientes de metal que se usaban antaño para cocinar sobre un fogón con leña, aunque llamaba mucho la atención, el color y la brillantez de éste.
Ya  la noticia estaba de boca en boca de todos, se  había encontrado un perol de oro, de oro…
La gente corría a ver lo sucedido, acudieron  personajes  importantes del pueblo,  como el jefe de la policía y hasta el Alcalde, querían saber de lo sucedido}.}
Estaban todos allí, asombrados por la maravilla encontrada. Unos daban gracias al cielo por lo enviado, otros trataban de dar una explicación de lo sucedido, argumentando que los antiguos incaicos lo enterraron allí, al saber de la llegada de los españoles. Los  demás no podían creerlo, incluso murmuraban: “Quizás no sea de oro, sólo esta pulido por el fango”. Sin embargo, los expertos conocedores,  dieron  por confirmado que se trataba de un perol de oro..  ¡¡De oro!!
De pronto, alguien dio una idea sobre qué hacer con él  y muchos comenzaron a especular.  Se decía que salvaría al pueblo de la pobreza. Quien  lo encontró, refutó y dijo que le pertenecía a él. Otros dos dijeron que a ellos también les  pertenecía, ya que  habían ayudado a encontrarlo.  De  pronto, el jefe de la policía afirmaba que lo iba a decomisar para informar a las autoridades superiores. Por último, el alcalde no se quedó atrás, afirmando que era  propiedad de la  Municipalidad,  ya que éste se había encontrado en su jurisdicción.  Llegó un momento en que todos estaban eufóricos, con los rostros enrojecidos, con la mirada medio desorbitada  y el entrecejo fruncido, totalmente perturbados con la brillantez del perol.
El  perol era grande y muy hermoso... se le calculaba  más o menos un  metro de diámetro y  ya lo  habían sacado,  hasta  casi la mitad. 
La discusión subió de tono. Sólo se escuchaban gritos y jaloneos. La  turba se enardeció y lo tenían cogido de un asa, pero faltaba aun sacarlo. El  terreno estaba fangoso y un poco duro,  lo cual  hacia difícil su extracción. 
Cuando de pronto la discusión se puso tan  violenta,  que por un segundo se les olvidó coger bien el perol.   Confiados en que ya lo habían sacado hasta la mitad, y para sorpresa de todos, así como apareció, se volvió a hundir rápidamente. Tuvieron que soltarlo,  pues pesaba mucho  y  sentían  que algo halaba hacia adentro de manera increíble. Todos Trataron de meter sus brazos para contenerlo, pero una fuerza de atracción casi diabólica, hizo desaparecer en unos segundos el hermoso perol de oro. Fueron en vano los intentos de recuperarlo, metían palos enormes  a fin de ubicarlo, pero nada... ya no se escuchaban los gritos, ni las euforias, ni los reclamos, solo había un silencio sepulcral, mientras trataban de encontrarlo.
Comenzaba a caer la tarde,  una a una  las personas fueron retirándose del lugar....(Dedicado a mi papá Pepito Sancho, un hombre inigualable, excepcional..)

                                                                                                                  Jerameell O.