viernes, 20 de julio de 2012


       EL PEROL

Sucre, un  pequeño pueblo anclado  en las faldas del cerro Huishquimuna, allá en la provincia de Celendín del departamento de Cajamarca,  es una ciudad-campiña  encantadora,  en  la  que  antiguos  españoles  en  tiempos coloniales,  prendados de su belleza,  forjaron  allí  su destino, por ser una hermosa tierra, en cuyos  aires se respira aún esa pureza y  frescura de la vida, con sus hermosas pampas verdes que alfombran la campiña, brindando  paz  y  sosiego  al espíritu  con toda esa armonía de la naturaleza,  que invita a la vida y promueve el amor.
Cuando era niño y sentía la pureza y calidez  del ambiente sucreño, escuchaba conversar a los abuelos  que  se sentaban  en las esquinas  o en las puertas de sus casas para  “mashaquearse”, y contar viejas historias en las que siempre concluían con una frase: “nuestro Sucre también  es un mendigo sentado en un banco de oro”
No comprendía muy bien lo que querían decir, pero quizás decían esto,  aludiendo a un hecho curioso que sucedió en nuestro pueblo,  hace mucho, mucho  tiempo…Cuando Sucre apenas nacía y  mucho antes que se construyera o siquiera se tuviera planes de hacer la actual posta médica, que se ubica en la entrada de la ciudad,  el terreno aledaño a ésta, era fangoso, cubierto de vegetación, pero siempre húmedo, por eso era utilizado, solo como pasto para el ganado, más que para sembrar.
Un día de aquellos antiguos, había llovido tanto y tan seguido en la noche,  que  la gente pensaba que ya se acercaba el fin del mundo.          
El pueblo se veía inundado totalmente, el hermoso empedrado que en ese entonces  cubría las calles de este pequeño pueblo, se veía limpio y reluciente por la baldeada a la que había sido expuesto. Ya en la madrugada, el agua aún corría y algunos pequeños rayos de sol aparecían aquella mañana. Era hermoso el espectáculo de aquel paisaje serrano, luego del diluvio. Se sentía la calma, la tranquilidad,  los pajarillos cantando  alegres desde los árboles recién bañaditos...
Algunos ganaderos, a esas horas del alba,  se apuraban en  ir  a ver a sus vacas. Uno de éstos, el que tenía sólo una vaquita que criar,  iba triste porque  su esposa se encontraba  un poco enferma. Caminaba por la vereda del costado del bosque de Don Pepito Sancho,  pensativo y triste, todo le parecía gris y su mirada solo iba recorriendo el suelo.  De pronto, sintió una luz cegadora, un rayo de luz  muy intenso que le empañó los ojos.  No sabía lo qué era,  pero se apresuró en averiguar de dónde venía esa luz.
 En medio del barro se veía claramente un pedazo de metal brillante, tan brillante como la misma  luz del sol.  Se acercó lentamente para observar bien lo que  realmente era, sin embargo, se dio cuenta que no era nada pequeño, trato de limpiarlo y mientras más limpiaba, mas grande se hacía el pedazo de metal,  hasta que se pudo visualizar un trozo de metal amarillo con la forma de un asa.  Siguió escarbando y limpiando, el barro de la superficie estaba un poco duro en esa zona, la lluvia lo había aflojado, pero aun  se hacía difícil escarbar.  De pronto, se dio cuenta que había otra persona a su costado preguntándole sobre lo que estaba haciendo, pero no lo quería decir, era evidente lo que estaba encontrando…
De pronto ya no eran dos,  habían ya,  seis personas que observaban con mucha curiosidad lo que estaba sucediendo: claramente, se podía ver  que se trataba de un perol, uno de aquellos recipientes de metal que se usaban antaño para cocinar sobre un fogón con leña, aunque llamaba mucho la atención, el color y la brillantez de éste.
Ya  la noticia estaba de boca en boca de todos, se  había encontrado un perol de oro, de oro…
La gente corría a ver lo sucedido, acudieron  personajes  importantes del pueblo,  como el jefe de la policía y hasta el Alcalde, querían saber de lo sucedido}.}
Estaban todos allí, asombrados por la maravilla encontrada. Unos daban gracias al cielo por lo enviado, otros trataban de dar una explicación de lo sucedido, argumentando que los antiguos incaicos lo enterraron allí, al saber de la llegada de los españoles. Los  demás no podían creerlo, incluso murmuraban: “Quizás no sea de oro, sólo esta pulido por el fango”. Sin embargo, los expertos conocedores,  dieron  por confirmado que se trataba de un perol de oro..  ¡¡De oro!!
De pronto, alguien dio una idea sobre qué hacer con él  y muchos comenzaron a especular.  Se decía que salvaría al pueblo de la pobreza. Quien  lo encontró, refutó y dijo que le pertenecía a él. Otros dos dijeron que a ellos también les  pertenecía, ya que  habían ayudado a encontrarlo.  De  pronto, el jefe de la policía afirmaba que lo iba a decomisar para informar a las autoridades superiores. Por último, el alcalde no se quedó atrás, afirmando que era  propiedad de la  Municipalidad,  ya que éste se había encontrado en su jurisdicción.  Llegó un momento en que todos estaban eufóricos, con los rostros enrojecidos, con la mirada medio desorbitada  y el entrecejo fruncido, totalmente perturbados con la brillantez del perol.
El  perol era grande y muy hermoso... se le calculaba  más o menos un  metro de diámetro y  ya lo  habían sacado,  hasta  casi la mitad. 
La discusión subió de tono. Sólo se escuchaban gritos y jaloneos. La  turba se enardeció y lo tenían cogido de un asa, pero faltaba aun sacarlo. El  terreno estaba fangoso y un poco duro,  lo cual  hacia difícil su extracción. 
Cuando de pronto la discusión se puso tan  violenta,  que por un segundo se les olvidó coger bien el perol.   Confiados en que ya lo habían sacado hasta la mitad, y para sorpresa de todos, así como apareció, se volvió a hundir rápidamente. Tuvieron que soltarlo,  pues pesaba mucho  y  sentían  que algo halaba hacia adentro de manera increíble. Todos Trataron de meter sus brazos para contenerlo, pero una fuerza de atracción casi diabólica, hizo desaparecer en unos segundos el hermoso perol de oro. Fueron en vano los intentos de recuperarlo, metían palos enormes  a fin de ubicarlo, pero nada... ya no se escuchaban los gritos, ni las euforias, ni los reclamos, solo había un silencio sepulcral, mientras trataban de encontrarlo.
Comenzaba a caer la tarde,  una a una  las personas fueron retirándose del lugar....(Dedicado a mi papá Pepito Sancho, un hombre inigualable, excepcional..)

                                                                                                                  Jerameell O.